ECONOCRACIA


En un extremo de la mesa se encuentran los seis miembros del jurado: el impertérrito portavoz, la chica de la coleta, que cada vez luce más extensa y azabache, el hombre de los trajes elegantes y de cabello enlacado, hoy bastante apelmazado (parece que se le ha ido la mano con la laca Elnett Flexible), el señor mayor con sombrero tipo fedora, la mujer con sus características gafas rojas de pasta gruesa y el chico de constitución atlética y cabeza rapada al cero. Frente a ellos nos encontramos mi abogado y yo. A diferencia de los encuentros anteriores, en esta ocasión se ha producido a iniciativa propia. Ha transcurrido un mes desde la última cita (¡por todos los euros, qué rápido ha pasado el tiempo!), aquella en la que el jurado se retrasó dando pie al recurso por negligencia de causa, y precisamente hoy expira el plazo para interponer la reclamación.

- Tú dirás – rompe el hielo el portavoz dirigiendo su gélida mirada hacia mí.

- Mi cliente no tiene por qué hacer ninguna declaración. Yo les expondré de que manera vamos a proceder, para que a partir de hoy deje de ser un economista “humilde” y pase a ser un economista “libre” – interviene el abogado. Mientras se remanga la camisa le hago un gesto con la mano y tomo la palabra:

- De todos modos si que me gustaría decir algo. Durante las últimas semanas he estado analizando en profundidad la disyuntiva en la que me encuentro. Cada mañana me he levantado convencido de que la mejor opción era una, y sin embargo cada la noche me he ido a dormir con la certeza de que debía hacer justamente lo contrario. Así han pasado días, semanas, sin lograr tomar una decisión en firme. Hoy mismo he cambiado de parecer a lo largo de la mañana en más de cuatro ocasiones. Pero por fin me he dado cuenta del porqué de tanta vacilación.

- No es momento para discursos señor ****** ********. Nos queda media hora para presentar el recurso – advierte el abogado agarrándome el brazo. Me deshago de él sutilmente y continúo:

- Bien, resulta que es imposible que yo tome la decisión correcta, ya que no soy yo quien tiene la respuesta. De hecho sólo pueden ser ustedes quienes me faciliten esa respuesta – afirmo señalando uno a uno a los seis miembros del jurado. Parece que mi aseveración les incomoda. Trataré de explicarme:

- Aunque sea economista aún creo en las bondades de la democracia. Y no me refiero a la “democracia” de los mercados, esa en la que un dólar es igual a un voto, y que puede resumirse en el siguiente mapa proporcional al PIB de cada estado (obtenido de una entrada del blog de berzel). Una de las conclusiones más inmediatas es que África, en términos económicos, prácticamente no existe.



- Por lo general los economistas tendemos a poner más énfasis en la libertad que en la democracia. Pero se trata de una libertad sui generis, pues si bien se defiende con vehemencia la soberanía de los mercados (demonizando cualquier intromisión de ese gran hermano orwelliano que es el estado), en el interior de cada empresa no se pone ninguna pega a que ésta se rija de forma jerárquica y autoritaria. No en vano en las escuelas de negocios norteamericanas es habitual incluir referencias a la política económica diseñada por Lenin. Los paralelismos en cuanto a planificación son claros: los planes estratégicos de las empresas pueden asimilarse a los planes quinquenales que se marcaban en la Unión Soviética. Y la es compartida la obsesión por alcanzar ambiciosos objetivos de crecimiento. Así las cosas, las empresas constituyen, según sus dimensiones,  pequeñas, medianas o gigantescas dictaduras, donde la única libertad que posee el trabajador es la de abandonar el puesto de trabajo (libertad que difícilmente ejercerá a no ser que posea capital suficiente para vivir de rentas, o valentía suficiente para emprender su propio negocio). Cierto es que la Constitución Española recoge en el apartado 2 del artículo 129 que: “Los poderes públicos promoverán eficazmente las diversas formas de participación en la empresa y fomentarán, mediante una legislación adecuada, las sociedades cooperativas. También establecerán los medios que faciliten el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción.” Sobra decir que este párrafo, como tantos otros de nuestra ley suprema, no es que sea papel mojado; más bien está hundido en las profundidades abismales de la fosa de las Marianas.

En definitiva, cómo expone Antonio Baños en su libro “La economía no existe”, bien podría decirse que actualmente vivimos en una “econocracia”. Se trata de un escenario en el cual los sacerdotes omnipresentes de las teocracias del pasado han sido sustituidos por economistas. Pero su cometido es el mismo, mediante códigos encriptados (latín o complejas teorías económicas) sustentan un dogma que no acepta herejías (se castigan con la hoguera o la exclusión). Pues bien, ahora me gustaría hacer una humilde reivindicación democrática, solicitando a cada uno de ustedes que participen en el plebiscito que les planteo acerca de la decisión que debo tomar: Recurso o continuación del proceso.
Arranco una hoja del bloc de notas del abogado y la divido en seis trozos, uno para cada miembro del jurado. Durante unos instantes se cruzan miradas desconcertadas entre ellos, pero finalmente se deciden a escribir en sus pedazos de papel. Los recojo con impaciencia y comienzo el recuento:

Primer voto: en blanco
Segundo voto: en blanco
Tercer voto: en blanco
Cuarto voto: recurso
Quinto voto: continuación (…)
Sexto voto: continuación

El jurado, al límite y por la mínima, ha decidido que continúe con el proceso. El portavoz me anuncia que ya se me indicará la fecha y hora para la próxima comparecencia y sin más abandonan apresuradamente la sala. El abogado me mira con una mezcla de odio y decepción. Me gustaría intentar hacerle comprender el porqué de mi decisión, hacerle recapacitar sobre su visión del mundo, para que incluso se planteara en un futuro actuar como un “abogado humilde”. Pero los pobres resultados de la votación han minado  mi ánimo. Además, tampoco creo que él estuviera demasiado interesado en escucharme. Sin mediar palabra desaparece, en busca de un nuevo y más fructífero caso. Me quedo solo en la sala, y me temo que a solas tendré que recorrer el incierto camino que tengo por delante.

4 comentarios:

  1. Hubiese votado "continuación", por supuesto...
    Muy interesante de nuevo, ...“econocracia”; economistas que mediante complejas teorías económicas sustentan dogmas...
    Hay quien diría que los dogmas los sustentan la realidad, como si de una ley de la física se tratase. La clave del exito (por decirlo de alguna forma) es que no hay una minoria minima que reniegue publicamemte de los mismos? Es decir, estos al tener apariencia de mayoritarios, se confirman porque cada individuo por inseguridad los da por buenos?

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  2. Gracias por el voto de confianza...

    Me temo que el dogma y la realidad que vemos a través de los medios de comunicación se retroalimentan y legitiman mutuamente.
    Lo que me pregunto es si los economistas se creen tales dogmas o simplemente los defienden por interés. Y no se cúal de las 2 opciones es peor.

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  3. Como economista honesto (que busca la absolución...), seguramente sólo hay una salida; defender tu criterio (haciendo oídos sordos a tertulianos y medios interesados) sabiendo que tarde o temprano te encontarás clasificado por ellos mismos como un "outsider"; este será una 1a señal de éxito personal, de marca de una senda propia...

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  4. http://todoenduda.blogspot.com/2011/12/economia-y-mito.html

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