VENTANA DE LIQUIDEZ

Esta mañana nada más salir de casa me he puesto de mal humor: han cerrado una librería de toda la vida y en su lugar han puesto un badulaque regentado por un paquistaní. Poco después, en una cafetería un camarero chino me ha servido un cortado mientras ojeaba en el diario una noticia sobre las medidas de la Unión Europea para frenar la llegada de inmigrantes ante la recesión económica. De camino al juzgado he tenido que cambiar la ruta habitual: dos “brigadas internacionales” compuestas principalmente por magrebís y subsaharianos estaban arreglando ambas aceras y tenían la calle cortada. Ya en el ascensor, y sin tener aún decidido que tema tratar en la comparecencia de hoy, recibo una llamada en el móvil: una persuasiva teleoperadora sudamericana casi me convence de que cambie de compañía telefónica.  Silencio el móvil. Entro en la sala donde he sido citado. Una señora filipina está tan concentrada abrillantando la mesa del juez que ni se da cuenta de mi llegada. Por fin veo claro de que voy a hablar: el papel de la inmigración en la economía. Un asunto en el que es tan fácil ser políticamente correcto de palabra, como incorrecto de pensamiento y acción.

La señora de la limpieza abandona la estancia, y al ver que no hay nadie más compruebo que no me haya equivocado de hora o de lugar. Si, si, según la carta certificada se me citaba aquí a las doce en punto. Y ya pasan casi diez minutos. Salgo al pasillo y doy una vuelta rápida por la planta, pero no veo ninguna cara conocida. Cuando regreso a la sala ésta ya no está vacía. Un individuo se acerca y me estrecha la mano efusivamente.

- Buenos días, señor ********. Pertenezco a uno de los bufetes de abogados con mayor proyección en el país. He seguido su caso con atención, y creo que se está cometiendo una gran injusticia con usted. Economistas y abogados,  dos profesiones con muy mala prensa; se nos acostumbra a culpar de todos los males de este mundo. Pero lo que más me ha sorprendido su admirable comportamiento, con esas interpretaciones tan calculadas cada quince días ante el jurado.

-  Gracias… - digo un tanto confuso-. No imaginaba que nadie estuviera siguiendo mi caso.

- Pues por fortuna para usted si – afirmó el abogado con rotundidad -. Si en cinco minutos el jurado no hace acto de presencia podremos interponer un recurso por negligencia de causa. Y créame, con las últimas técnicas traídas de Estados Unidos que utiliza nuestro bufete, las garantías de éxito están aseguradas.

- ¿Así, sin más? – pregunto, cada vez más desconcertado.

- Exacto. Y no solo lograremos su absolución. También exigiremos una indemnización considerable por daños y perjuicios. Dígame, ¿se ha producido alguna otra irregularidad? Por ejemplo tengo entendido que hace un par de meses tuvo lugar un encuentro con el jurado fuera del juzgado.

- Si, fue por Navidad, a petición mía quedamos en un centro comercial.

- ¿Lo solicitó por escrito?

- No, hice una llamada al portavoz y ya está.

- Genial, podremos alegar presiones por parte del jurado para conducir el proceso por cauces irregulares. ¿Alguna otra anomalía que nos pueda ayudar?

Me viene a la cabeza el momento en el que, precisamente aquel mismo día en el centro comercial, la chica de la coleta negra me entregó el collar del inukshuk. Pero no creo que sea algo que venga al caso, y me limito a negar con la cabeza.

- Bien, la estrategia es muy sencilla. Nosotros recurrimos. Entonces el jurado tiene dos opciones: si presenta una contrareclamación se iniciará un incierto sumario que aunque nos pondría las cosas un poco más difíciles, también sería arriesgado para el jurado, ya que en el caso de que lo pierda él tendrá que asumir las costas procesales. Por el contrario si no presenta contrareclamación a nuestro recurso, será un pleito sencillo y rápido que a usted le proporcionará la libertad y una buena cantidad de dinero, y que para el jurado no tendrá ninguna consecuencia negativa relevante. Al contrario, se librará de tener que acudir cada quince días a escuchar sus peroratas.  


Comienzo a caminar por la sala. Intento esquematizar el escenario descrito, en una matriz de ganancias y pérdidas:



A todos los efectos, este equilibrio de Nash resulta un claro “win-win game”, y para colmo también un “quick win”. Hacía meses que no empleaba estas expresiones, de uso cotidiano en la entidad financiera cuando se quería poner en valor cualquier propuesta y convencer de ello a alguien. Hay que reconocer que el empleo de terminología anglosajona siempre ayudaba. Miro al abogado y nos sonreímos.

Enhorabuena execonomista humilde – concluye el abogado mientras apoya su mano en mi hombro -, acaba de expirar el plazo del jurado para presentarse. Si tiene la amabilidad de acompañarme podemos proceder con el recurso de inmediato.

Nada más cruzar el umbral de la puerta, vemos aparecer al fondo del pasillo los miembros del jurado con aires de preocupación. La chica de la coleta se adelanta y explica lo sucedido. Los seis miembros habían quedado una hora antes en una cafetería para debatir acerca de la propuesta que expuse en la última sesión: el rango retributivo responsable. Cuando ya estaban subiendo todos juntos en el ascensor, esté se bloqueó, quedando encerrados durante más de media hora.

- ¿Comenzamos? - pregunta la chica -. Hay varias cosas del “rrr” que nos gustaría que nos aclarases.

- Otro día, quizás - sentencio -. Para dudas, comentarios, o lo que os apetezca, podéis acudir al foro que hay en www.burbuja.info/inmobiliaria/burbuja-inmobiliaria/206993-propuesta-para-establecer-unos-salarios-responsables.html

Junto al abogado, echo a andar con paso firme entre el resto de miembros de jurado en dirección a las escaleras. Será mejor que bajemos caminando. De nuevo me cruzo con la señora de la limpieza filipina, trabajando incansable. Sin prestar la menor atención atravesamos el replano de la escalera, dejando nuestras huellas grabadas en el suelo recién fregado.

3 comentarios:

  1. ¿En serio pretendes fiarte del abogado tecnócrata que no busca la justicia sino el triunfo? No te pega nada, Economista humilde.

    Bueno, siempre puedes volver a ser aquel que pensaba que lo importante era el beneficio, que hay decisiones duras orientadas al resultado o que el que no gana pasta es porque no se lo quiere currar.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por la advertencia. Pero bueno, creo que tampoco hay que exagerar. No pretendo hacer de abogado del diablo (ahora que lo pienso esta expresión no es demasiado afortunada en mi situación) pero hay que reconocer que una oportunidad así no se me volverá a presentar.

    Se puede aprovechar el recurso y seguir siendo el mismo, pero en libertad en vez de estar con la soga al cuello (y además con unos euros extra en el bolsillo).

    Actuar según un estricto código de rigor ético, rehuyendo por definición de cualquier planteamiento pragmático, creo que no es una fórmula sostenible a largo plazo. Por poner un ejemplo, durante la revolución cultural china de Mao en los años 60, en nombre de la abolición de clases se acabaron prohibiendo los jardines por considerarlos burgueses (!) y se obligaba a todo el mundo a vestir igual. A menudo, como dijo Goya, el sueño de la razón produce monstruos.

    Humildemente, creo que el camino óptimo se encuentra en la via del medio, la que consigue un equilibrio entre principios y posibilismo. Caer en la tentación de tender hacia posiciones extremas es ir contra la propia naturaleza del ser humano, y puede acabar teniendo consecuencias fatales.

    ResponderEliminar
  3. No dudo, Economista humilde, de que en todas las tendencias el extremo es negativo. Tanto el exceso de romanticismo como el exceso de pragmatismo nos llevan a situaciones aberrantes.
    Pero mi sentido de la ficción me lleva a desear que el economista humilde se salve por sus méritos, no por tretas posibilistas. Además, creo que tienes razón: convénceles, entonces, que por muy kafkianos que sean no creo que puedan soportar el peso de la verdad.

    ResponderEliminar