Un nuevo año, el mismo juicio continua. Aún así, varías cosas han cambiado desde mi última comparecencia. En primer lugar, el jurado. Donde antes veía un grupo anónimo, al estilo de los personajes colectivos del cine de Eisenstein, ahora comienzo a discernir personas. Por otra parte, por primera ocasión me presento en la sala sin traje ni corbata. Tras tantos años llevando ese uniforme ahora me siento un tanto extraño sin él, pero a la vez también aprecio una cierta sensación de liberación. Por último, llevo colgado un collar con una enigmática figura. Se trata del regalo que me hizo la chica de la coleta 2 semanas atrás. Hoy había previsto exponer una propuesta sobre salarios razonables, pero no consigo quitarme esa figura del collar de la cabeza. Y refiriéndome a este objeto comienzo la explicación de hoy al jurado, sin saber muy bien por qué caminos transcurrirá:
- ¿Veis este collar? Lleva grabado un inukshuk. Es el nombre que reciben unas esculturas de forma humana realizadas con piedras sin pulir erigidas por los pueblos nativos del norte de Canadá (ayer lo busqué en la wikipedia). Entre otras finalidades, sirven de guía al viajero en las inhóspitas y solitarias tierras del círculo polar ártico, de manera que cuando alguien da con un inukshuk, es cómo si la figura le dijera “vas por buen camino, continua por aquí”.
Hago una pausa y me digo a mismo que ojalá ese mismo significado sea aplicable a mi actual travesía.
- Sin embargo, al observar de nuevo la figura del inukshuk, no puedo evitar hacer otra interpretación menos optimista. Como consecuencia de nuestra incapacidad para humanizar la economía, estamos provocando el efecto inverso: un sistema económico que nos deshumaniza. Aquí aparece el “homo economicus” (expresión latina acuñada por Pareto): un ser que toma todas sus decisiones con una racionalidad economicista, con menos sentimientos que un inukshuk. Términos como ayuda, solidaridad o amor dejan de tener sentido. Por ejemplo el “homo economicus” nunca donaría sangre. De hecho, no daría ni la hora. El economista clásico John Stuart Mill, recogiendo a su vez conceptos introducidos por Adam Smith y Ricardo, definió en el s.XIX al hombre, y leo literalmente del libro que he traído, ”como un ser que, inevitablemente, hace aquello con lo cual puede obtener la mayor cantidad de cosas necesarias, comodidades y lujos, con la menor cantidad de trabajo y abnegación física con las que éstas se pueden obtener”.
Hago una pausa y me digo a mismo que ojalá ese mismo significado sea aplicable a mi actual travesía.
- Sin embargo, al observar de nuevo la figura del inukshuk, no puedo evitar hacer otra interpretación menos optimista. Como consecuencia de nuestra incapacidad para humanizar la economía, estamos provocando el efecto inverso: un sistema económico que nos deshumaniza. Aquí aparece el “homo economicus” (expresión latina acuñada por Pareto): un ser que toma todas sus decisiones con una racionalidad economicista, con menos sentimientos que un inukshuk. Términos como ayuda, solidaridad o amor dejan de tener sentido. Por ejemplo el “homo economicus” nunca donaría sangre. De hecho, no daría ni la hora. El economista clásico John Stuart Mill, recogiendo a su vez conceptos introducidos por Adam Smith y Ricardo, definió en el s.XIX al hombre, y leo literalmente del libro que he traído, ”como un ser que, inevitablemente, hace aquello con lo cual puede obtener la mayor cantidad de cosas necesarias, comodidades y lujos, con la menor cantidad de trabajo y abnegación física con las que éstas se pueden obtener”.
- Pero desde entonces habrán pasado unos 200 años -objetó uno de los miembros del jurado, posiblemente el de mayor edad. Al hacer el comentario se quitó por primera vez el sombrero tipo fedora con el que había acudido a todas las sesiones-. No me sirve esa definición para utilizarla hoy en día.
- Pues la mayoría de los modelos económicos actuales se basan en esa concepción de las personas. Probablemente la definición de Stuart Mill no sea válida ni hoy, ni hace 200 años y hace 2.000. Las personas somos mucho más que eso. No obstante, a menudo lo olvidamos. Y es que no lo tenemos fácil. A título de ejemplo o prueba, me gustaría enseñarles el siguiente cartel publicitario. Me causó tanta impresión al verlo, que le hice una foto:
- Para colmo no es publicidad de una empresa; es del gobierno de un país. Que el anuncio presenta un manifiesto mal gusto diría que queda fuera de toda discusión. Preferiría centrar la atención en la veneración a la posesión material que destila. Y es que el “tener” nos ofrece una falsa sensación de realización y seguridad, pero al ser un sucedáneo tan inconsistente la satisfacción que proporciona se desvanece al poco tiempo de ser adquirido. En vano podemos intentar resarcirnos de esa frustración mediante la adquisición de otro objeto más grande, más lujoso, con más prestaciones que el anterior, entrando así en una espiral consumista sin fin. Todo esto lo explica de forma ejemplar el economista chileno Manfred Max-Neef, en su obra “Desarrollo a escala humana”, que contiene un interesante estudio sobre los pseudo-satisfactores y su incapacidad para saciar las necesidades de las personas.
Me detengo para beber un poco de agua y recapacitar. El tema se me ha descontrolado, y veo que ahora ya no encajaría para nada proceder con mi intención inicial de explicar una propuesta sobre salarios razonables. No hay vuelta atrás, prosigo:
- En el fondo estamos hablando de libertad. Erich Frömm, autor de un puñado de obras imprescindibles cómo “El miedo a la libertad”, distingue con una nitidez cristalina el ser del tener: mientras el primero nos hace crecer porque está a favor de la vida y de la autenticidad, el segundo está al servicio del egocentrismo, de la esterilidad, del yo acaparador, de la posesión y la codicia. Ser libre es un reto complicado, no hay duda, pero tener la libertad es una quimera. Ningún objeto nos proporcionará libertad, todo lo contrario, lo más probable es que nos la reduzca, al generarnos una dependencia respecto a él. Hasta transformarnos en meros inukshuks, que aparentan pero no son. Excepto si nos conformamos con vanalizar este valor supremo según la concepción del premio Nobel de economía Milton Friedman, expuesta sin tapujos en su libro “Libertad de elegir”, y que se basa en la falacia del mercado de competencia perfecta.
- Ya es suficiente - interviene el portavoz del jurado, un hombre más o menos de mi edad y que por su semblante siempre impasible sería un magnifico jugador de poker -. Creo que nos ha quedado claro a todos su postura, pero por favor, por hoy no nos hable de más autores o acabaremos todos con dolor de cabeza. Que se mueve con agilidad en el plano conceptual ya lo hemos visto, pero le recuerdo que no está aquí para divagar sobre teorías, sino que también esperamos de usted cuestiones prácticas.
- Comprendo su impaciencia, pero antes de actuar, ¿no considera necesario comprender donde nos encontramos y los motivos? Sólo entonces nos podremos mover con conocimiento de causa y en la dirección adecuada. Creo que todos hacemos demasiadas cosas si entender el porqué, simplemente por inercia. De todos modos no se preocupen, les anticipo que el próximo día les hablaré de algo mucho más cercano y tangible… los salarios.
Mientras abandono la sala, echo un último vistazo al jurado y observo una expresión de tristeza en la chica de la coleta. Pese a haber introducido en un principio el tema de los inukshuks como agradecimiento por su regalo, la deriva de mi discurso ha terminado demonizándolos. Definitivamente, hoy no he estado demasiado afortunado. Ya en el exterior del juzgado me sorprende una gigantesca lona publicitaria que cubre por completo el edificio de enfrente. Es un anuncio de relojes que reza: "No es lo que tengo, es lo que soy". El inukshuk y yo nos miramos estupefactos: "ay amigo, no me extraña que te hayas quedado de piedra".
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