Aquí estoy, ante el jurado y el respetable, tal y como me comprometí 2 semanas atrás. Me he sentido tentado de no comparecer, alegando externalidades, costes de oportunidad o demás argucias habituales del ámbito económico. También se me ha pasado por la cabeza emplear la típica excusa de la falta de tiempo. Al fin y al cabo, cómo dijo Benjamin Franklin “El tiempo es oro”. Una cita sencilla y directa, especialmente fácil de recordar cada vez que se contempla el rostro de su autor en los billetes de 100 dólares. Quizás por este motivo es costumbre para los economistas adoptar una actitud de prisa extrema constante (aunque sen el mejor de los caso sea para ir a ninguna parte, y en el peor… al abismo).
El ruido provocado por uno de los miembros del jurado al removerse inquieto en su asiento me hace reaccionar y poner fin a mis estériles divagaciones. Para bien o para mal, ya estoy aquí, lo que supone cómo decimos los economistas un “coste hundido”, irrecuperable. Me incorporo lentamente y me dirijo con humildad al auditorio:
- Ya comenté en mi anterior comparecencia que no pretendo en absoluto erigirme en defensor del comportamiento general de mi profesión. De hecho creo que ni el mejor sofista de la Grecia clásica lograría tener éxito en semejante misión. Llegados a este punto, a lo que a continuación me gustaría dar respuesta es a una pregunta que a buen seguro todo ustedes se habrán planteado en más de una ocasión: ¿por qué los economistas no servimos para nada?
Lanzado el globo sonda, intento valorar su grado de aceptación a través de las expresiones del público, y del jurado especialmente. Parece ser que de momento he captado su atención. Ahora el reto es mantenerla. Prosigo, con una efectista (espero) pero a la vez sincera aseveración:
- Intentaré responder a la cuestión de forma breve. No porque piense que su tiempo es oro… sino porque estoy convencido de que es aún mucho más valioso, único e irrepetible. Veamos, creo que los economistas no lo hemos hecho mejor fundamentalmente por 2 motivos: porque no hemos querido y porque no hemos podido. En relación al primer apartado, conviene no olvidar que a la economía le ocurre cómo a la iglesia en el pasado (y posiblemente también en el presente, pero me permitirán que deje ese tema para otra ocasión); se encuentra estrechamente interrelacionada con el poder. Y ello dificulta salvaguardar su independencia. Reflexionemos un instante sobre la expresión “política económica”. ¿Quiénes la llevan a cabo? Nuestros queridos gobiernos. Un delicado entramado de “amistades peligrosas” entre ambas esferas es inevitable, y el riesgo de que se acaben confundiendo los términos acerca de quién está al servicio de quien es más que latente. Cuánta razón tenía el ilustre economista y escritor español José Luís Sampedro cuando afirmó que ante todo economista se abrían 2 caminos divergentes: el primero hacia el norte, en tren de alta velocidad y clase business. El segundo hacia el sur, en un incomodo carruaje tirado por un fatigado jamelgo.
Hago un rápido barrido visual por la sala y no encuentro más que rostros impasibles. Lamento no haber sabido transmitir la fuerza que posee la metáfora de Sampedro. Aunque pensándolo bien, la primera vez que yo la oí, cuando era estudiante, tampoco alcancé a apreciarla en toda su extensión. Me aflojo un poco el nudo de la corbata y continuo:
- Pero bien saben ustedes que la verdad no acostumba a tener una sola cara, de manera que estarán de acuerdo conmigo en que considerar a los economistas como unos seres malvados no puede explicar la totalidad de la cuestión. De hecho diría que ni su mayor parte. A mi juicio, el principal factor explicativo de nuestra manifiesta inutilidad ha sido que no hemos sido capaces de hacerlo mejor. Ello se debe a un progresivo alejamiento de la economía de toda cuestión social o medioambiental, en beneficio de la construcción de unos modelos matemática y formalmente impecables, pero que resultan de nula utilidad para resolver los problemas reales de las personas. Ese aislamiento le hace mirar con desprecio al resto de ciencias sociales, mientras sueña con ocupar una posición dentro de las ciencias puras. Este fatídico error conceptual fue explicado como pocos por el erudito economistas José Manuel Naredo.
Callo al mirar de soslayo a mi rolex (herencia de un pasado aún cercano de falso resplandor) y temer haberme excedido del tiempo establecido. La sospecha queda confirmada con las primeras palabras del portavoz del jurado, que aprovecha mi silencio para intervenir: “Señor economista, en lo sucesivo le rogamos que sea más conciso, si bien por tratarse de su primera intervención hemos decidido ser magnánimos y no interrumpirle antes. Su disertación nos ha parecido en líneas generales coherente y sincera. A pesar de ello, y más allá de que su crítica pueda resultar más o menos acertada, echamos en falta propuestas positivas y de aplicación práctica. La no incorporación de éstas en su siguiente intervención, inducirán al jurado a replantearse la oportunidad que se le brinda y aplicarle la condena acorde con sus graves cargos. Se levanta la sesión.”
- Con su permiso, tan sólo un apunte más - me atrevo a decir a riesgo de irritar al jurado, que ya comienza a retirarse -. Si mi intervención sirve para que uno solo de ustedes se acerque al libro “Economía humanista” de José Luís Sampedro o a la obra “La economía en evolución” de José Manuel Naredo, para mi habrá más que merecido la pena. El esfuerzo de estos 2 autores por dignificar la ciencia económica debería ser un modelo para todos los economistas. Muchas gracias por su atención. Hasta dentro de 2 semanas.
Mucho ánimo, Economista Humilde.
ResponderEliminarTe leeré con ganas para ver si consigues convencerme de que los oxímoron son posibles -inteligencia militar, lealtad política, economista humilde...-
Un fuerte abrazo, y felices fiestas!
Gracias Zeberio Zato por los ánimos.
ResponderEliminarAhora que el jurado no nos lee, te confieso que no las tengo todas conmigo...
Lo que si tengo claro es que si algún dia logro la absolución me dedicaré a escribir blogs más amenos, como el tuyo :-)