Juicio al economista


El silencio en la sala es absoluto. Todas las miradas apuntan hacia mi. Cabizbajo, acurrucado en un extremo del banquillo de los acusados, apenas logro emitir un entrecortado hilo de voz, como si el nudo de mi corbata de seda natural me estuviese oprimiendo las cuerdas vocales:

 - Lo reconozco… soy economista (murmullos), concretamente analista financiero (alboroto, algunos silbidos), y trabajo en un banco (protestas, algunas personas se levantan de sus asientos indignadas señalándome con su dedo índice).

El juez restablece el orden en la sala dando golpes con su maza. A continuación me dirige una mirada de indisimulado desprecio y me pregunta de mala gana si tengo algo más que añadir o si por el contrario el jurado puede ya dictar sentencia. Consciente de que se trata de mi última oportunidad para tratar de escapar a un destino fatal, saco fuerzas de flaqueza y me pongo en pie. Observo con desagrado las arrugas  en mi traje. Se trata de un Dolce & Gabbana, en el que Domenico y Stefano han  impreso su toque personal  colocándole un solo botón. El exterior gris y el forro negro añaden un toque de sobriedad para la ocasión, mientras que las solapas en punta destacan sin llegar a ser agresivas. Pero todos estos detalles, otrora fundamentales para mi, ahora carecen de la menor importancia. Con temblores en las piernas, me dirijo al jurado y al público presentes:

 - De acuerdo, poco puedo argumentar en mi defensa en particular y en la de mi profesión en general. Lo confieso: los economistas hemos demostrado una absoluta inutilidad para anticipar, detectar, prevenir o corregir la crisis económica. Y para colmo, nuestra ineptitud tan solo ha sido superada por nuestra arrogancia. Mediante alquímicos tecnicismos explicamos sin titubear todo lo sucedido en el pasado de acuerdo con las “leyes” económicas. Y respecto al futuro, acostumbramos a recurrir al “mercado”, ese ente abstracto que constituye la coartada perfecta para justificar cualquier iniciativa que interese defender.

Buena parte del público hace gestos de asentimiento tras mis palabras. Sin embargo, sus miradas siguen siendo tan severas e incriminatorias como al inicio del juicio. Se me ocurre una posible salida. Aunque las probabilidades de éxito sean remotas merece la pena intentarlo. Así las cosas, prosigo con mi discurso:

 - Pero a partir de ahora me comprometo a ser un economista humilde. O quizás debiera decir, “el economista humilde” (acabo de buscar esta expresión en el buscador de google, y solo me ha devuelto 1 mísero resultado. A título comparativo, por ejemplo "coca-cola" devuelve más de 47 millones de páginas). De ahora en adelante, utilizando el sentido común, apoyándome en otras ciencias sociales y naturales, y huyendo de los mantras de la ortodoxia economicista, trataré de difundir a mí alrededor elementos de reflexión y de reacción sobre economía. Pero no sobre la economía que habitualmente se nos presenta como fuente de todo tipo de problemas, esa especie de monstruo que exige el sacrificio de las personas para saciar sus necesidades. Como dijo el célebre arquitecto Antoni Gaudí “la originalidad consiste en volver al origen”. En ese mismo sentido, me esforzaré devolver a la economía a su razón de ser original; a poner a la economía al servicio de las personas.

Vuelvo a mi asiento. Alea jacta est, mascullo entre dientes. El jurado se concentra formando un círculo cerrado para su deliberación definitiva. Del continuo cuchicheo, las escasas expresiones que alcanzo a discenir no resultan demasiado halagüeñas: “cadena perpetua”, “el dinero volverá a cegarle”, “solo busca su propio beneficio”, "pero si incluso ha puesto publicidad en el blog"…

Tras unos minutos que a mí me han parecido una eternidad en el purgatorio, por fin, el portavoz del jurado se dirige al estrado con paso solemne para dictar sentencia: “pese a la gravedad de los cargos imputados, este jurado concede al acusado una última oportunidad de redención. Deberá presentarse puntualmente en este blog con carácter quincenal y demostrar, como él mismo se ha comprometido ante todos los aquí presentes, su propósito de enmienda aportando reflexiones sinceras y reacciones de utilidad sobre economía y finanzas”.

Custodiado por dos guardias abandono la sala entre el abucheo general. Me siento dubitativo respecto mi capacidad para llevar a cabo el compromiso adquirido. Un momento! Para mi propia sorpresa, acabo de reconocer que tengo dudas. Esto ya representa un primer paso! La mayoría de economistas rechazan de plano la duda metódica como via de conocimiento. Quizás aún haya esperanza. Quizás no todo esté perdido.

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