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Aparte de un tema de OBK de principios de los noventa, ¿De qué me sirve
llorar? es la pregunta que cada vez
se hacen más bebés a la hora de dormir debido al auge del método Estivill. ¿A cuento de que viene este comentario en un blog
de economía? Bueno, si consideramos el llanto
del bebé como la primera manifestación de sus necesidades, y por otro lado
la economía tiene por objetivo el
satisfacer las necesidades de las personas,
puede establecerse cierto vínculo
entre ambas materias. Así, propongo adentrarnos en el terreno de la “bebeconomía”.
Según acabo de verificar, hasta la fecha el término en cuestión no había
sido acuñado en la red. Ni tan siquiera por los economistas de la Escuela de Chicago, dados como nadie a
extender por doquier su lógica economicista. De todos modos, soy consciente que
más que una idea de innovación y desarrollo, probablemente se trate más de una
idiotez y un disparate. Así que me limitaré a utilizar las iniciales I+D, que siempre quedan bien en
cualquier artículo.
Veamos, en relación a la gestión del sueño del bebé, destacan a grandes rasgos
dos enfoques pediátricos opuestos. Por un lado está el popular y extendido método Estivill, inspirado en el método Ferber (del doctor
estadounidense Richard Ferber),
consistente inculcar al bebé el hábito de sueño mediante una técnica mecánica y conductista. Cada
vez que la criatura llore por la noche, el padre o la madre (pero nunca los dos
juntos) realiza una visita fugaz a la habitación, siempre respetando una
minuciosa tabla de tiempos de espera. Durante unos segundos se le trata de
consolar con explicaciones, pero sin el menor contacto físico; ni abrazos, ni
caricias, ni mecer la cuna, ni cantarle… Vamos, que con tanta regla más que un
bebé parece que se tenga un Gremlin en casa. Los valedores del método esgrimen orgullosos
una tasa de éxito del 96%, que se
alcanza además en un plazo de tiempo muy corto. En los últimos años su aplicación
se ha multiplicado en nuestro país de la mano del superventas “Duérmete niño”
del doctor Eduardo Estivill.
En el otro extremo nos encontramos con la crianza con apego, una alternativa también cada vez más conocida en
España en buena medida por los libros de Carlos
Gonzalez y Rosa Jové, “Bésame mucho” y “Dormir sin lágrimas”, respectivamente. Para este enfoque lo
fundamental, más allá de las reglas, es facilitar al bebé el máximo cariño, que le proporcionará un fuerte
enlace emocional imprescindible para establecer relaciones sociales
satisfactorias en su etapa adulta.
En definitiva, estamos ante dos
enfoques tan irreconciliables en pediatría
como en economía lo son un keynesiano y un neoliberal. A la hora de abordar el cuidado infantil, tema
sin duda apasionante y trascendental, más que alinearse de forma apasionada y
maniquea a favor de uno u otro, parece aconsejable adoptar una postura abierta y equilibrada, alejada
de ambos extremos. Aunque ello no es óbice para reconocer que cuando el factor
empleado es el “cariño” ocurre un
poco como con cuando se cocina un caldo: más vale que sobre que no que falte.
Hecha esta aclaración previa, a continuación entramos en las consideraciones
acerca del impacto del método Estivill en las personas desde una perspectiva
económica.
Porque, con independencia del éxito o no que el método Estivill obtenga en cada
caso particular a la hora de conciliar el sueño del bebé, su puesta en
práctica conlleva unos efectos colaterales en términos de conducta económica
tanto para los padres como para los hijos.
Comenzando por el bebé, las posibles
secuelas a nivel social ya han sido
ampliamente estudiadas y criticadas por múltiples autores: frustración, miedo,
resignación y fractura de la confianza en los demás. Precisamente algunos
de los sentimientos que mejor definen el estado de (des)ánimo de nuestra
sociedad, en particular en el ámbito económico. Además quizás no sea casualidad
que el método Estevill (o sea Berger) se encuentre especialmente extendido en
los países anglosajones, con su
particular visión de la sociedad y la economía. Y ahora también ha arraigado
con fuerza en España. Lo más curioso es que a estas alturas incluso el propio
impulsor de la teoría en Estados Unidos, Richard Berger, en la última edición de su
obra “Solve your child’s sleep problems”,
ha flexibilizado bastante su enfoque inicial. Pero España es así, cuando los demás vuelven los españoles empezamos a
ir. No puedo resistirme a poner un ejemplo,
aunque ello nos desvíe unas líneas del tema que nos ocupa. Mientras en
más de medio mundo los títulos nobiliarios
son historia desde hace siglos, en España siguen concediéndose graciosamente:
sin ir más lejos en 2008 el rey Juan
Carlos I nombró marquesa a Paloma O’Shea,
que bien podría estar casada con un parado (por estadística le correspondería un
25% de probabilidades), pero no. De hecho se trata de la esposa de Emilio Botín. De esta forma el banquero
se ha convertido en el marqués consorte de O’Shea, consolidando en pleno siglo
XXI una nobleza financiera que,
admitámoslo, plasma a la perfección el nivel de desarrollo de la sociedad española. Hasta aquí el inciso. Punto y aparte.
En la página web www.doctorestivill.es,
el propio doctor se defiende de la avalancha de críticas de forma escueta, argumentando
que su teoría se basa en justificaciones científicas. Semejante defensa
me recuerda a las típicas teorías económicas fundamentadas en modelos
matemáticos irrefutables (aunque luego resulten de nula utilidad práctica).
Otros razonamientos habituales a favor del método Estivill consisten en afirmar
que con él los niños aprenden que “el
mundo es un lugar duro, que requiere disciplina y en el que uno no puede
obtener siempre todo lo que quiera” o “si
cedes y lo coges en brazos una noche, el bebé se aprovechará de ello y abusará
en el futuro”. Esta misma lógica es extrapolable a un tipo de política
económica muy en boga hoy en día: “hay
que eliminar o al menos reducir los servicios públicos, pues son fuente de
abusos y desincentivan comportamientos responsables”.
De esta manera, los defensores del método Estivill quizás confíen que a
través del mismo lograrán forjar personas
más competitivas. Más competitivas
quizás sí, apuntalando esta capacidad en valores como individualismo o
disciplina, pero al mismo tiempo menos personas,
y sobre todo menos personas humanas. Antes he apuntado al territorio anglosajón
como lugar donde con más fuerza habían proliferado estas ideas, pero cabe
señalar que planteamientos similares y con un efecto multiplicador han calado
en las economías emergentes asiáticas.
El exponente más paradigmático se encuentra en Corea del Sur, donde según diversos
informes y reportajes (entre ellos el francés “El
precio de ser los primeros” de Babel Press) los niños por propia voluntad están
dejando de jugar para estudiar más. Y todos estaremos de acuerdo en que una
sociedad en la que sus niños no quieren jugar, por muy eficiente que sea, plantea
un escenario más escalofriante que
las distopías de “Mein Kampf”, “1984” y “Un mundo feliz” juntas.
Centrémonos ahora en el impacto que tiene el método en sus ejecutores, es
decir en los padres (por lo general).
Porque ya se sabe que quien enseña acostumbra a aprender tanto o más que el
alumno. Y en este caso la lección es inolvidable, pues su aplicación, por
descontado practicada con las mejores intenciones, irremediablemente provoca en
los padres un elevado grado de insensibilización.
Si se logra insensibilizar a los padres respecto el llanto de su hijo, y
anular el sentimiento humano de auxilio en el seno de la familia, ¿qué otra
cosa no tolerarán en lo sucesivo? Cualquier sacrificio será aceptado de buen grado si se les presenta como beneficioso
o cuando menos inevitable, desde recortes salariales hasta amnistías fiscales,
pasando por corralitos encubiertos (en forma de participaciones preferentes) o ciudadanos
desahuciados por entidades financieras rescatadas con impuestos de los propios
ciudadanos. Y por otra parte, todo sea
dicho, el método Estivill resulta bastante más
cómodo y requiere mucho menos esfuerzo y creatividad que el
basado en el apego. Estas características son altamente valoradas por los
padres, sobre todo al llegar a casa tras una extenuante jornada de trabajo.
Años más tarde, cuando estos padres se conviertan en ancianos, lo coherente
será que los antiguos bebés apenas les visiten, ocupados como estarán en
actividades de mayor valor añadido. Porque el padre que no asiste al hijo en
sus primeros llantos, tampoco puede pretender que éste lo acompañe a él cuando
llegue el momento de su último suspiro. Y entre esos dos momentos
transcurre toda una vida, quizás demasiado marcada por la comodidad, la
frustración, el miedo, la resignación y la falta de confianza en los demás.
Ya para terminar tan solo me resta desearos, no como frase hecha, sino a modo
de conclusión, muy buenas noches a todos. Y especialmente a los más pequeños.
Esta entrada, así como la canción
que le da título (igual que en los programas de radio de antaño), están
dedicadas a mi petita Anna
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