RESILIENCIA, MÁS ALLÁ DE LA FLEXIBILIDAD



Resiliencia. Mucho me temo que nos vamos tener que ir familiarizando con este antipático término. Quizás no entre en el top 10 de “trending topics” en twitter, pero su empleo va a ser cada vez más cotidiano, y si no, al tiempo (si me equivoco con la predicción tampoco pasaría nada; soy economista y por lo tanto estoy acostumbrado a ello). Resiliencia; de entrada la palabra ya suena bastante mal  ¿no? Echemos un vistazo a la definición de la Real Academia:

1. f. Psicol. Capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas.
2. f. Mec. Capacidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación.

Esta doble definición que nos  ofrece la RAE (una aplicable a las personas y otra a los objetos) me viene de perlas para centrarme en la resiliencia dentro del ámbito de los RECURSOS humanos (RRhh). Y no, no es que se me haya quedado atascada la tecla de las mayúsculas; únicamente refleja en que parte del binomio pone cada vez mayor énfasis esta disciplina.

Una vez presentada la palabreja ¿Por qué considero que cada vez se va a recurrir más a su uso? Pues bien, por dos sencillas razones

Primero porque el concepto de “flexibilidad” ya está muy manido. Se ha abusado hasta tal extremo de él como eufemismo, que cuando un equipo directivo anuncia con aplomo y sonrisa profident: “nuestra empresa va a introducir innovadoras medidas de flexibilidad”, hasta el empleado más crédulo se echa a temblar ante la que se avecina.

Y segundo, porque el esfuerzo que se va a exigir a los trabajadores en el proceso de ajuste (alguien tiene que pagar los excesos de la crisis, y los que la provocaron no parecen demasiado dispuestos a hacerlo) va a ser de una magnitud sin precedentes, encajando a la perfección con la definición de resiliencia. Tal será el sacrificio demandado que incluso sobrepasará las expectativas del Redentor Supremo cuando auguró “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. 

No vale la pena extenderse en el tipo de exigencias que los gobiernos ejecutarán a petición de los “mercados”. Los recortes en materia de educación, sanidad y derechos democráticos no han hecho más que empezar. Y en el ámbito del trabajo, por todos es conocida la draconiana reforma laboral prevista para 2012.

Y esto es solo el principio. Un par de ejemplos bastarán para ilustrar las tendencias laborales del futuro inmediato. Microsoft, mediante la tecnología del sensor Kinect (utilizado en la Xbox 360),  ha solicitado una patente para un sistema de control del comportamiento de los empleados en sus ordenadores, llamadas telefónicas y conducta gestual.  De este modo, cuando un trabajador tenga un comportamiento fuera de las normas, el departamento de recursos humanos será reportado al instante de semejante anomalía. Dejemos EEUU para ir ahora hasta China. La empresa Foxconn, fabricante de los flamantes dispositivos de Apple, Dell, Hewlett-Packard, Nokia, Sony Ericsson… (hubiera acabado antes diciendo lo que no fabrican),  alertada ante el incremento de suicidios en su plantilla, ha decidido solucionar el problema de raíz. La solución: sustituir empleados por robots. Hasta un millón de robots se incorporarán en la cadena de producción durante los próximos 3 años. Ahora que lo pienso, únicamente faltaría que los robots consumieran, para alcanzar así una economía boyante y ajena a las molestas interferencias humanas. Retiro esto último; mejor no dar ideas. 

En definitiva, se está haciendo todo lo necesario para que en un año o dos los beneficios empresariales (que por cierto se encuentran en máximos históricos actualmente) puedan seguir incrementándose a tasas de interés compuesto. Sin embargo, a un mismo o mayor ritmo crecerán los casos de ansiedad y estrés entre los trabajadores, que para colmo apenas podrán ser tratados por una sanidad pública en proceso de precarización.

Hasta aquí las malas noticias, o dicho de otro modo, la realidad. El futuro… pues depende de todos nosotros. Ante todo mucha calma y a cuidarse, tanto el cuerpo como sobre todo la mente. Y en este último sentido conviene no dejarse confundir ni intoxicar por la publicidad ni los medios de comunicación de masas (que en el fondo vienen a ser una misma cosa). El consumismo, la apatía y la fatalidad irremediable que venden es una falacia. En los últimos meses se han producido esperanzadoras reivindicaciones populares inimaginables hace un par de años. Por otra parte, y aunque la democracia cotice a la baja, continua habiendo margen para orientar el futuro en una u otra dirección mediante el voto. Y por último, pero no menos importante, contamos con el voto del consumo (que es el único que entienden los “mercados”). Las multinacionales pueden doblegar gobiernos, pero esa aparente fortaleza se derrumba como un castillo de naipes ante el más mínimo atisbo de boicot en el consumo de sus productos. Porque como gustaba decir a Milton Friedman: “no hay nada más cobarde que un millón de dólares”. Pero incluso en eso estaba equivocado el ilustre economista. En esta última crisis ha quedado patente que si existe algo más cobarde: un millón de euros.

Pero si bien es cierto que a los trabajadores se les va a pedir un nivel de flexibilidad, resiliencia y hasta contorsionismo que hará parecer artríticos a los artistas del Cirque du Soleil, no lo es menos la célebre cita de Martin Luther King: “Nadie se nos montará encima si no doblamos la espalda”. Y sin más dilación, ahora nos toca decidir a cada uno que postura tomar.

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